¿De qué vivo?
Me lo han preguntado varias veces y todavía me sorprendo con la respuesta + Recomendaciones: música, un libro y un evento.
Me dedico principalmente a escuchar. Es mi oficio, me pagan por eso. En los últimos tres años he trabajado como escritor fantasma, como consultor para medios de comunicación en diez países, como anfitrión de afueradentro y como terapeuta ocasional: todos trabajos que dependen de mi oído.
Recientemente me contrataron para diseñar y dirigir un programa en el que entreno a quince empleados de una organización para que pasen de ser oyentes promedio a conversadores excepcionales. ¿Qué habilidades se necesitan para ofrecerle a otra persona silencio y preguntas fértiles? ¿Cómo se crean las condiciones para que quienes tienes al frente piensen mejor, sientan sin interferencias, conecten con su originalidad? Creo que la respuesta empieza por la calidad de escucha que les damos. Para entrenar eso creé un método que integra principios de narrativa, psicología, yoga, arte, filosofía, cine y teatro. Hace mucho no me emocionaba tanto con un proyecto creativo.
Todavía me sorprendo cuando me doy cuenta de que me pagan por escuchar. Es un comercio inusual, la escucha no es un producto tangible o cuantificable, no es vistosa como una mochila nueva, no cruza el mar en contenedor, no se piensa como regalo en ningún ritual ni aparece en tu pantalla mientras haces scroll. En un mundo estruendoso, en un mercado que aturde y apresura, la escucha se ha vuelto una excentricidad, un lujo. Su valor: nos conecta y amplía. Su costo: interrumpe el consumo, la “productividad”, la distracción.
En El fin del "Homo sovieticus", la escritora Svetlana Alexiévich recogió cientos de testimonios y tejió con ellos una historia oral de la caída de la Unión Soviética. Es un libro vivo y desolador: retrata cómo millones de personas experimentaron no solo el derrumbe de una nación sino de sus propias identidades. De repente, en cuestión de meses, días, quedaron a la deriva en un mundo abierto y desconocido. En él hay un testimonio que recuerdo con frecuencia. Es de María, una escritora que conoció la crueldad y el sufrimiento desde niña: fue deportada a Siberia con su madre, luego quedó huérfana, sobrevivió a la tuberculosis y fue criada por familiares en un ranchito donde dormía al lado de un cerdo.
¿Quién me ha dado todo lo que poseo? ¿Me lo ha dado Dios o han sido los hombres? Si fue Dios, sabía a quién se lo daba... Porque el dolor me ha hecho crecer... Es mi obra, el dolor… Mi plegaria. He querido contar todo esto muchas veces. Soltaba la lengua a cada rato. Pero nadie me preguntó después de escucharme: «Y luego, ¿qué?». Esperé esa pregunta siempre, de las personas buenas o las malas que me escuchaban. Y toda la vida he estado esperando encontrar a alguien que me pidiera que le contara mi vida. Alguien a quien contarlo todo y que me preguntara, al final: «Y luego, ¿qué?».
Me gusta ser ese para otros. El que pregunta ¿y entonces? El que acompaña a elaborar la historia, a procesar lo que hay en ella, a actualizar a quien la cuenta aunque la haya contado mil veces antes.
Cuando uno se siente realmente escuchado, cuando alguien te ofrece ese espacio (el oído es, literalmente, un espacio), ocurre algo parecido a la esperanza. De pronto hay otra persona en el mundo que te acompaña a explorar lo que ha sido tu paisaje. ¿Será que en su escucha o en su próxima pregunta, vas a entender algo, vas a conectar los puntos y abrir un camino nuevo? ¿Será que en la atención del otro vas a conocerte, aligerarte? Quien escucha bien es un aliado, y no solo facilita un ambiente para que el otro se revele, sino que, mientras escucha, recuerda que puede ser todo. Medito poco pero escucho mucho, y ahí está, por estos días, mi práctica espiritual.
Elias Canetti escribió en un apunte de 1968:
Lo más importante es hablar con desconocidos. Pero hay que arreglárselas para que ellos hablen, y que todo lo que nosotros hagamos sea hacerles hablar. Cuando esto nos resulta imposible, ha comenzado la muerte.
Hay una expresión común en inglés: “I get you”. Significa tanto “te tengo (o sostengo)” como “te entiendo”. Me gusta esa imagen en este contexto. Conversar es un movimiento entre dos, y quien escucha cumple el rol de conocer y sostener al otro mientras se aventura a responder. Muchas veces lo que contábamos de nosotros con tanta seguridad, eso que parecía un pilar de la identidad, se agrieta cuando otro nos escucha y acompaña a revisar nuestro guion. Me ha pasado siendo oído, y me pasa con frecuencia cuando oigo a otros. Es la consecuencia terapéutica de conectar genuinamente, de suspender por un momento la hegemonía de la identidad.
¿Cuándo fue la última vez que te sentiste realmente escuchada/o? ¿Cuándo te hicieron preguntas difíciles sin juzgarte, sin arrinconarte, sin condicionar tu respuesta? ¿Cuándo fue la vez más reciente en que lo hiciste para alguien más, en que oíste sin agenda y sin interrumpir?
Por fortuna existen los terapeutas, pero creo que el rol de buen oyente no debería modelarse únicamente en ese espacio privado e individual. El beneficio personal del espacio terapéutico es invaluable, pero si no hacemos de la escucha un ritual colectivo, se nos va a seguir atrofiando ese don que nos teje y hace humanos.
Vivo de escuchar pero, pensándolo bien, creo que no es algo tan extraordinario. Quienes se dedican a crear valor –ya sea en el arte, en las empresas, en la ciencia, en el deporte– son personas que, generalmente, escuchan bien, que saben concentrar su atención en las necesidades y capacidades propias y ajenas. Escuchar es una disposición a ser el otro, a reconocerlo, a darle lugar en uno. Creo que hoy, cuando las máquinas pueden generar y asociar información de manera casi infinita, hay una oportunidad gigante de crear valor refinando el sentir, explorando en el cuerpo eso que escapa al dominio de los datos. Tal vez, a largo plazo, decir que alguien vive de escuchar sea decir una obviedad.
¡Cincuenta episodios de afueradentro!
Ayer publiqué el episodio número 50 de afueradentro, el podcast en el que me dedico a escuchar y explorar las posibilidades creativas de la conversación. Para celebrar, hice un episodio respondiendo preguntas de oyentes.
Les pedí por redes que me preguntaran lo que quisieran saber sobre mí y sobre el podcast. Acá cuento más sobre mi rutina, sobre cómo hago dinero, sobre el nombre "afueradentro" y los retos de un proyecto autogestionado. También respondo sobre la paternidad, lo que sostiene mi relación de pareja, otros podcasts referentes en español, sobre Radio Ambulante, mis preguntas por la masculinidad y mi entrenamiento personal para escuchar mejor.
Gracias por enviarme preguntas y gracias, sobre todo, por estar ahí y acompañarme en esto. Cuando empecé dudé mucho de mi capacidad para sostener este proyecto en el tiempo. La consistencia y la disciplina me cuestan, pero acá voy, por otros cincuenta más.
Recomendaciones
Un libro
Esto es lo mejor que he leído en años. En muchos muchos años. Hace poco empecé a leer a Quignard, y, como dice el hijo de Julio, es casi una experiencia religiosa. Es un libro sobre cómo la música se volvió ruido, cómo terminó usándose para lo más profano (incluyendo el exterminio de otros), sobre cómo nos obliga y nos somete cuando su origen está en elevar y trascender. Qué oído el de Quignard, qué capacidad de articular lo que parece aislado, qué silencio tan vivo el que sostiene su experiencia.
Un álbum
Lo último de las guitarristas Kaki King y Tamar Eisenman está bellísimo.
Un evento
Si están en Medellín, vayan a Yogaverso Fest el próximo domingo 27 de julio. Es un evento que estoy organizando desde mi otro podcast para encontrarnos alrededor de prácticas que cuidan el corazón de la tierra. ¿Cómo ayuda el yoga a cuidar el entorno que somos y que nos rodea? ¿Qué herramientas prácticas sirven para que los ecosistemas espirituales y materiales sean más ricos, diversos, fértiles? Vamos a practicar, conversar, cantar, escuchar. Inscríbanse acá.
Gracias de nuevo por estar ahí.
Un abrazo
jorge
Gracias :) un gusto escucharte.