Me marchito cuando no me transformo, cuando me estanco en ideas fijas y doy tumbos en los patrones mentales de siempre. Me angustio cuando pasan los días y soy muy yo, muy definible, un lugar que ya he explorado obsesivamente y que no sorprende. En esas temporadas, la identidad se vuelve una habitación cerrada –el terror del claustrofóbico–, y aunque deseo salir de ella, cada vez la siento más estrecha y asfixiante. Entonces la ansiedad y el desencanto y el pesimismo y la queja y la sensación de que la vida llega deslucida y que mejor acostarse a dormir que aguantar tanto muro y ceniza.
Florezco, generalmente, cuando siento que hay espacio para ser más que yo. Esa es mi vocación. En el episodio de esta semana me di cuenta. Mis momentos más felices ocurren cuando soy simultáneamente lo familiar y lo desconocido. Desde niño tiendo a eso, a metamorfosearme, a explorar otras formas de sentir. Quiero habitarme y, al mismo tiempo, desocuparme para experimentar todo lo que supuestamente no soy. ¿Cómo siente esta abeja que lleva rondándome desde que empecé a escribir? ¿Qué pasa si abandono mi punto de vista, mis proporciones, mis referentes y convenciones? ¿Cómo me perciben la polilla, el borrachero y la estrella? Si te miro a los ojos, ¿puedo conocerte y, también, transformarme en la imagen que soy en ti?
Hace tres años, la curadora de la Nieman Foundation en Harvard me dijo algo cuando me entregó el diploma de la beca: “Jorge, tú eres místico por naturaleza”. En ese momento me pareció una lectura extravagante. Ahora aprecio la atención con la que me observó todo ese año. Místico. Sí. Esa es mi forma de amar: crear nuevas posibilidades en el encuentro real con lo otro. Es un juego del conocimiento. Es lo que hago cuando entrevisto, cuando escucho a alguien, cuando leo, cuando medito, cuando me tumbo en la tierra o cuando estoy con mi pareja, mis amigos, mis hijos. Mi espíritu se ensancha cuando permito que el cuerpo sea maleable, cuando no le pongo trabas a ese impulso de sentir a los otros desde adentro.
En el episodio de esta semana conversé con Simón Villegas sobre eso, sobre el amor y el simulacro. Ahora, en esta nueva ola de entusiasmo con la IA, es fácil olvidar que la máquina, por más verosímil que parezca en sus respuestas, no sabe, no siente, no desea. Y son precisamente esos dones humano los que pueden atrofiarse si confiamos en que la IA lo resuelve todo. Mi pesadilla es quedarme para siempre en la versión de mis días marchitos, el pensamiento en esteroides y el cuerpo anestesiado. Mi pesadilla es volverme una máquina lógica, desconectar mente y cuerpo, convertirme en un procesador de información. Y esa es la versión del mundo que nos están vendiendo: puro simulacro.
Por eso aprecié tanto esta conversación con Simón, una conversación que empezó describiendo el abrazo inmaterial de lo que él llama dios, y que terminó con la recuperación de prácticas específicas para que no se atrofie ese regalo de la consciencia, la posibilidad de sentir y ser más que ideas. En un mundo donde la IA quiere meterse en todo, creo que la vocación mística va a ser una manera de cuidarnos.
Espero que disfruten la conversación y que les sirva para conocer mejor el trabajo de Simón. Sigan su newsletter –Digresiones abiertas–: pura sustancia.
Recomendaciones
Una entrevista
Cuando sea grande quiero ser tan buen entrevistador como Zane Lowe. Esta conversación con Brian Eno –a quien también amo– es una belleza. Hablan sobre la terquedad y el proceso creativo, sobre las formas ingenuas en las que se entienden el arte y la “inspiración”, y sobre la importancia del juego y el trabajo constante. Ya tengo What Art Does, el libro nuevo de Eno, en la lista de próximas lecturas.
Música
Hace poco me presentaron NTS, una emisora online pensada para melómanos de todo el mundo. Estoy escuchando mucho sus Infinite Mixtapes, sobre todo el de Slow Focus y el de Feelings. Pero les recomiendo empezar con esta maravilla de selección hecha por Ganavya.
Un libro
Soy muy feliz cuando mi hija escoge este libro para que le lea antes de dormir. Es una versión de uno de los primeros relatos de los que se tiene registro. Gilgamesh, un rey, pierde a su mejor amigo y sale en busca del lugar donde nunca se muere. En el camino empuja los límites de lo humano y, cuando cree que conquistó el secreto de la inmortalidad, se da cuenta de que la respuesta era simple y evidente. Lo mencioné en el episodio de esta semana.
Gracias Jorge, por describirte y describirme. El alma no se puede quedar quieta, pero a veces se estanca. Qué difícil salir de ahí para seguir volando. Gracias por tus palabras y las recomendaciones.
Gran alimento para el alma!!